Alzate Isaza, DanielVictoria, Carlos AlfonsoOrozco Quintero, AndrésLópez Duque, NataliaBejarano Vásquez, MarielCristancho Ossa, FabiánMuñoz, Yuli AndreaZuluaga Bedoya, María AngélicaIdárraga, María LauraRomero Aroca, César AugustoHincapié, Juan ManuelSánchez Largo, LauraSarralde D., Milena2011-06-202011-06-202011-06-201909-5694http://hdl.handle.net/10785/308Si durante mucho tiempo la política fue un ejercicio de comunicación en el que un grupo de poder intentaba transmitir una propuesta en forma de ideología, de modelo de gobierno o de proyecto de sociedad a través de un intermediario- el político-, las últimas décadas del siglo XX y la primera del XXI trajeron consigo una inversión de la premisa. Las ideologías pasaron a segundo plano, los modelos de gobierno se convirtieron en un asunto técnico y el proyecto de sociedad se vio reducido a un enunciado retórico. En su lugar, los medios de comunicación, aupados por las agencias de publicidad y las empresas de mercadeo, hoy no proponen programas sino individuos, de cuya capacidad para la puesta en escena y para el manejo de los lenguajes mediáticos al uso depende el grado de aceptación entre los electores. De allí se concluye que no importen los contenidos sino el carisma y la capacidad del candidato para sintonizar con los anhelos o los temores primarios de la población. Una mirada a los procesos electorales de los últimos años nos da un panorama de la situación: En 2008 los colombianos eligieron a Andrés Pastrana, no por la solidez de sus casi inexistentes postulados, sino por la promesa de paz implícita en su aparente cercanía con “ Tirofijo” y su toalla devenida símbolo de reconciliación. Cuando la guerrilla optó por el desplante y el gobierno tiró la tolla, buena parte de la población se arrojó en los brazos de un finquero paisa que, con un tono entre bravucón y sensiblero, prometió manejar el país como si se tratara de un potro cerrero y de paso acabar con la subversión. Ocho años después, desesperada porque el precio de la seguridad democrática fue una aumento desbocado de la corrupción y la politiquería, buena parte de esa masa le apuesta su destino a dos matemáticos que hablan de legalidad como si fuera una virtud particular y no la obligación de un estado social de derecho que se precie de serlo. Para lograr su objetivo, la dupla Mockus-Fajardo, tan glamorosa como la delantera del Real Madrid, cuenta con una herramienta que en su momento no tuvieron sus antecesores: las llamadas redes sociales, un universo sin lugar ni tiempo, donde las cruzadas de todo tipo se multiplican y crecen con pasmosa rapidez, al punto de que hoy ,en los cuatro puntos cardinales de Colombia y en cualquier lugar de la tierra donde habite un colombiano, se habla de “El fenómeno Mockus”. Y en este punto es donde la discusión se torna interesante. ¿Cuántos de los contagiados por la fiebre se han detenido a analizar los contenidos de una propuesta capaz de seducirlos con tan inusitada rapidez? ¿Es la suya una decisión o una respuesta impulsiva -y a veces compulsiva– al carácter contagioso de los mensajes que circulan por la red? Esas son preguntas que los colombianos deberíamos tratar de responder, independiente de si simpatizamos o no con los candidatos en cuestión, si queremos de veras forjar una cultura política donde el raciocinio y al análisis vuelvan a jugar el papel que les corresponde, sobre todo en sociedades tan proclives a los actos pasionales como la nuestra.esExpresión, Mayo, Junio, Julio, 2010Other